El estilo de juego que la selección Argentina desarrolló en la mayoría de las competencias internacionales de los últimos 20 años se caracterizó por el juego colectivo, la disciplina táctica, el uso del pase extra, una defensa agresiva en bloque. Entre los aspectos a disimular, siempre estuvieron los porcentajes de tiros exteriores, la lucha de los rebotes, los emparejamientos en los uno contra uno y la falta de gente grande. Sin embargo, las tendencias del básquet moderno llevan el juego a aumentar la cantidad de posiciones, a sacar ventaja de los físicos atléticos de los protagonistas y a definir las ofensivas en pocos segundos, habitualmente en acciones individuales.
Cuando Argentina quiso acercarse a este formato de juego, mostró una versión desdibujada, como lo fue en los Juegos Olímpicos de Tokio. Allí se midió con los mejores del mundo exponiendo sus debilidades y en muy pocas ocasiones acertando en este nuevo básquet vertiginoso. En este contexto, cabe una pregunta determinante para definir hacia dónde va la formación de jugadores en cada uno de los clubes que integran el básquet nacional: ¿Morimos con nuestro ADN o nos adaptamos?
La preparación física en el básquet de alto rendimiento
Hay quienes afirman que es inevitable adaptarse y que para competir con las grandes potencias mundiales debemos acomodarnos a ese juego de velocidad, de gran cantidad de posesiones y encontrar jugadores con desequilibrio individual. Por otro lado, otros quieren potenciar nuestro juego colectivo y respetar las bases de lo que fue, quizás, la época dorada del básquet nacional.
Obviamente no hay una sola respuesta correcta ni una única verdad. Pero sí podemos analizar los pros y contras que cada decisión tiene como consecuencia. El primer obstáculo que tenemos para adaptar nuestro estilo al básquet moderno es el biotipo del jugador argentino, complementado con la falta de detección y selección de gente alta. Los “planes altura” durante la última época mostraron que cuando se hacen bien y se sostienen en el tiempo, dan resultado (Argentina fue el segundo equipo más alto del último FIBA Américas U18), sin embargo no se sostienen en el tiempo ni se rastrilla en cada región del país. Luego, una vez detectados y seleccionados, cuando llegan a competencias internacionales, estos jugadores dan una ventaja de kilos (fuerza) contra jugadores de similares características muy notorias que hacen que nos saquen de la cancha, literalmente.
Otra falencia para jugar de esta forma es la falta de desarrollo individual relacionada a los fundamentos de juego y sobre todo a la posibilidad de lanzar bien, rápido y con buenos porcentajes. Para solucionar esto el único camino es el entrenamiento y, como ya lo explicó Silvio Santander en el Método CABB, en nuestro país cada vez se juega más y se entrena menos. Hay ejemplos sobrados de excelentes tiradores a nivel nacional que al momento de rendir en competencias internacionales no pudieron ni si quiera acercarse a sus porcentajes habituales, ya que los tiempos de tiro se acotan y la oposición se agranda.
Uno podría pensar, entonces, que el camino es inevitable y que debemos trabajar para mejorar estos aspectos y adaptarnos de una vez a la nueva tendencia. Sin embargo, hay ejemplos muy significativos que demostraron que se puede ser disruptivo y conseguir marcar una época sin traicionar el ADN. San Antonio Spurs participa de una liga en donde el show, el individualismo y la condición atlética de los jugadores llega al máximo nivel imaginado, sin embargo, durante mucho tiempo se pudo mantener en la mesa de los protagonistas de la NBA desarrollando un juego colectivo y de pases extras como muy pocas veces se ha visto en la historia de nuestro deporte. Entonces, ¿por qué no confiar en nuestro ADN y potenciarlo? El jugador Argentino es tácticamente inteligente, tiene conocimiento sobre los comportamientos de juego y creció viendo ese juego interpretado por los mejores jugadores que ha dado nuestro deporte en la historia. ¿Qué pasaría si a esas características que supimos construir durante este tiempo le agregamos un trabajo de rastrillaje y búsqueda de altura, para luego desarrollarla mejorando su físico y desarrollamos un programa de mejora individual de los jugadores bajando la cantidad de partidos y aumentando el tiempo de práctica?
Si bien es verdad que quienes nos representan en el profesionalismo son unos pocos, no dejan de ser fruto del trabajo que cada uno de nosotros hacemos en todos los clubes que hay a lo largo y a lo ancho de nuestro país. Por eso establecer un norte, definir un estilo y trazar un camino es determinante para que todos aquellos que trabajamos en el básquet formativo podamos tener claro qué tipos de jugadores tenemos que formar. Somos protagonistas de un momento clave de nuestro deporte y tomar decisiones acertadas basadas en un plan estratégico nacional es fundamental para que nos sigan reconociendo como la escuela Argentina.
Por Pablo Genga
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