Sin dudarlo, las primeras fotos –en las décadas de 1970 y 1980– nos mostrarían una propuesta muy rígida del minibásquetbol, dominada por la técnica como elemento estrella e indiscutido. Se verían a los jugadores y jugadoras adaptándose al básquet de adultos sin la posibilidad de que nosotros, los formadores, nos detuviéramos a pensar en sus deseos, intereses, necesidades y posibilidades. En definitiva, todos y todas éramos conductistas y la sumatoria de gestos iba a resolver la totalidad nuestros problemas de enseñanza. Sosteníamos la utopía que aprender era inevitable y automático. El hecho de saber sobre básquet monopolizaba la escena.
I Congreso Internacional de Minibásquetbol LG
Tiempo después, la Educación Física, con sus buenas intenciones pero con algo de urgencia, nos cambió la imagen. Muchos y muchas compramos obnubilados los principios seductores del Constructivismo. Llegaba y se hacía lugar el esperado y necesario tiempo del juego como recurso saliente de las prácticas. Los protagonistas pasaron a ser ellos y ellas, una brisa de alivio nos invadió. Pasamos del juego como premio (si se portan bien, al final jugamos partido) al juego que debía resolverlo todo: un recurso para divertirse, vincularse, controlar sus emociones, resolver situaciones, desarrollarlos motrizmente y técnicamente. Nos ilusionamos. Creímos que el desarrollo casi exclusivo de la táctica lo podía todo. El hecho de saber sobre básquet perdía fuerza. Los campos complementarios dominaban la escena.
La confusión de paradigmas nos mareó. En consecuencia, era de esperar, surgieron interrogantes para medir cuán buenos entrenadores o formadores éramos.
- ¿Debo saber de básquet? ¿En qué porcentaje?
- ¿El mini básquet solo es para divertirse?
- ¿Corregir tiene lugar en esta etapa de iniciación?
- ¿El talento qué lugar ocupa?
- ¿Formamos jugadores o personas que disfruten de su corporalidad y el placer de moverse?
Sin arrogarme la capacidad de tener las respuestas, voy a compartir mi mirada, que saludablemente fue cambiando con el correr del tiempo porque me animé a dialogar entre mi saber y mi no saber. Tengo claro lo siguiente: la lógica interna del juego marca el rumbo, es el norte, le da sentido a todo lo que viene después. Los formadores de mini básquet debemos saber de básquet. Esta última idea parece un fallido o una obviedad, pero es más desafiante de lo que parece.
Necesitamos capacitarnos en todo lo que rodea a los niños y las niñas, obvio que sí. Conocerlos y conocerlas desde las ciencias biológicas en referencia a sus estadios madurativos, desde la psicología y sus aportes al conocimiento de sus conductas, la incipiente neurociencia y su mirada sobre las emociones. La pedagogía, la didáctica y sus modos de aprender son aportes también impostergables.
Ahora bien, todo lo dicho anteriormente es significativo si ponemos al (mini) básquet como punto de partida y de llegada. Es el juego –desde la mirada sintética– lo que da sentido a nuestras prácticas. Desde ese lugar surgen los interrogantes, la búsqueda de respuestas pertinentes y las nuevas preguntas más complejas. Hay que pensar este proceso como una espiral que crece en ancho y en alto en cuanto a su complejidad creciente, cuidando siempre la singularidad del sujeto que aprende.
Saber acerca de los jugadores y las jugadoras nos van a permitir hacer nuestra tarea con eficiencia. Pero si sabemos de básquet, desde todas sus dimensiones, seremos mejores. Son recursos que nos van a ayudar a enamorarlos y enamorarlas del básquet para toda la vida.
por Juan Lofrano
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