Los clubes en Argentina fueron fundados entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, generalmente por grupos de amigos con intereses comunes para responder a las demandas de la sociedad de ese entonces. Hoy, más de un siglo después, las características de esa sociedad cambiaron totalmente. Sin embargo, y sorprendentemente, el modelo de gestión de los clubes permanece casi intacto.
Nos encontramos entonces con instituciones que tienen movimiento y un flujo económico similares al de una pyme, gestionados por dirigentes apasionados que le ponen el hombro día a día para sostener ese lugar de la mejor manera posible. Esos dirigentes dedican horas de su tiempo libre para colaborar con el club motivados por el sentido de pertenencia, el clásico “porque su familia es del club de toda la vida”. Sería cruel juzgar su capacidad de gestión sabiendo que lo hacen ad-honoren y dejando de lado sus obligaciones para ayudar al club. Además, hay cada vez menos dirigentes de este estilo, porque la vorágine del día a día nos saca tiempo libre y nos obliga a priorizar obligaciones laborales y familiares antes que colaborar desinteresadamente con un club.
En paralelo con este fenómeno, hay cada vez más familias que se acercan al club en busca de un servicio, por ejemplo el natatorio, enseñanza deportiva, formación motriz, etcétera. Ya no tiene peso específico el sentido de pertenencia. Antes, el apellido de la familia se vinculaba con los colores de la camiseta. Hoy conviven en los clubes los socios y los clientes del club. Es decir, el cambio de lógica es profundo.
Los socios tienen una historia dentro de la institución, que fue transmitida de generación en generación. Disfrutan de las actividades que desarrollan y de la vida social. Se comprometen con su funcionamiento, alternar roles en las comisiones directivas, les dedican tiempo.
Los clientes, en cambio, realizan una actividad, disfrutan de los servicios, pagan su cuota y lo ven como un lugar que les brinda un beneficio. Ya no como una segunda casa.
En definitiva, no creo que sea relevante determinar si las personas llegan a un club como socios o como clientes. Lo que hagamos cada uno de nosotros, quienes somos parte del club –profes, dirigentes, padres, madres– hará que quien llegue como cliente tenga altas posibilidades de quedarse como socio. El sentido de pertenencia y el amor hacia una institución depende de las acciones diarias que hagamos todas y todos los que estamos involucrados.
Por otra parte, quienes somos parte de los clubes tenemos que entender que esa sociedad de principios de siglo pasado, para la cual el modelo de gestión de los clubes era adecuado, ya no existe más. Hoy es indispensable profesionalizar determinadas áreas para que sigan cumpliendo el rol social y de formación que tienen que ofrecer los clubes.
La dirección deportiva, la gestión administrativa, la comunicación y el marketing deben estar en manos de un equipo idóneo, profesionales capacitados que puedan diagnosticar y diseñar propuestas partir de lo que la sociedad demande. Es interesante, por ejemplo, analizar el boom de los clubes de corredores a nivel nacional. Es una actividad que parece no tener lugar en los clubes, sin embargo tiene como objetivo fomentar hábitos de vida saludable a través de la actividad física, como tantas otras actividades que los clubes proponen.
Por último, tengo que destacar la incomprensible desatención por parte de los diferentes gobiernos de turno a las instituciones deportivas. Las mismas instituciones que ponen sus instalaciones al servicio de la comunidad siempre que se las requiera. Las que abren sus gimnasios para convertirlos en hospitales de campaña durante la pandemia. Las que abren sus puertas en catástrofes climáticas para cobijar a las familias que se quedan sin techo. Las que contienen a esos chicos y chicas que viven día a día un infierno en sus casas y es el club el único lugar seguro por donde pasan y sienten que hay un futuro posible. Las ayudas, esporádicas, no sistemáticas, llegan como migajas y mientras cada vez se les pide más, se les da cada vez menos.
Nosotros, los profes, los que tenemos la camiseta del club puesta desde antes de haber nacido, tenemos que hacer equipo: juntar a dirigentes, padres, socios, clientes, personal administrativo y diseñar un plan. ¿Por qué nosotros? Porque somos los únicos profesionales de la actividad física. Porque somos los más capacitados en gestión deportiva y quienes podemos lograr que todos tiren para el mismo lado. Es hora también de involucrar a todos los chicos y chicas que disfrutan a diario de los clubes para comprometerlos a ser parte del cambio.
El desafío actual de los clubes está en sobrevivir a la pandemia y después ver cómo recuperarse. No sólo de los efectos de la pandemia, también de los efectos del paso del tiempo y de un cambio de escenario que ya sucedió y es irreversible.
por Pablo Genga
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