El tema que presento tiene diversas perspectivas. Intentaré describir una situación puntual con la que conviven los clubes y, posteriormente, aportar mi posicionamiento sobre el asunto. En esta ocasión, limitaré mi relato al contexto del básquet argentino, ya que no me siento con la autoridad y el conocimiento suficientes para abordar un campo más amplio. El cambio de jugadores de un club a otro es algo que ha existido desde siempre y que se repite en todo el país. Categorizar esta situación como buena o mala es una simplificación que no permite apreciar los matices que cada realidad impone.
En primer lugar, intentaré describir la situación con ejemplos concretos. Partimos de la hipotética idea de que existen clubes "grandes" (no creo en esta jerarquización, pero forma parte del imaginario colectivo) que seducen y acaparan jugadores en las categorías formativas, mientras que los clubes "pequeños" sufren estas partidas. Expresiones como "nos robaron a nuestro mejor U15" o "perdimos medio equipo U17 y nos desarmó la camada" son moneda corriente en nuestro básquet.
Es clave determinar desde dónde categorizamos esta sensación de club grande. Muchas veces, la mera condición de ser un club de "liga" es suficiente para merecer tal estatus, prometiendo un futuro de éxito asegurado. En otras ocasiones, aprovechar el deseo de "ganar y salir campeón" es motivo para romper con la competencia interna y acaparar a los jugadores más destacados de la categoría. Además, la ilusión de acceder en un futuro a competencias de mayor nivel es otra de las motivaciones que llevan a cambiar de camiseta. Seguramente, cada uno de ustedes podrá encontrar otros motivos desde sus vivencias y contextos.
A partir de esta descripción, surgen dos posturas bien marcadas. Por un lado, el club que pierde a sus mejores jugadores experimenta sentimientos de enojo, tristeza e impotencia: "no podemos hacer nada para retenerlos, el jugador y su familia quieren cambiar de proyecto". Por otro lado, el club que recibe a esos jugadores respalda el cambio con argumentos como "el chico quiere seguir mejorando, competir más y mejor". Estos dos argumentos nos dejan con visiones opuestas y aparentemente irreconciliables. La ausencia de un proyecto colectivo queda relegada por los intereses particulares de ganar a cualquier costo.
La situación ha sido planteada. Ahora reflexionemos juntos sobre posibles soluciones con el objetivo de cuidar la competencia interna, promover el desarrollo de jugadores a largo plazo y fomentar la sana convivencia de los diversos proyectos deportivos de cada comunidad.
Los jugadores recorren un camino con etapas e intereses bien definidos: el mini básquet busca enamorarlos del juego, masificando desde una buena enseñanza, aprendiendo y mejorando. A partir de U13, nuestro objetivo es potenciar el desarrollo del jugador mediante una formación integral, instaurar hábitos de entrenamiento y competir para la mejora continua individual y grupal. Esto culmina en dos posibilidades claramente definidas: elegir el básquet como una opción de desarrollo profesional o buscar hábitos deportivos duraderos.
Soy consciente de que lo que propongo puede sonar utópico e ingenuo. Sin embargo, no deja de ser una posibilidad para superar las dificultades que enfrentan los clubes que priorizan formar buenos jugadores y equipos ante la pérdida apresurada e innecesaria de talentos.
Los formadores y entrenadores debemos comunicar a nuestras familias y jugadores en qué consiste nuestro proyecto, aclarando para qué está mi club. Tener claro este horizonte invita a recorrerlo juntos. Existen indicadores claros que sustentan un buen proyecto de formación: entre 4/5 estímulos de entrenamiento semanales, espacios para la técnica individual, preparación física/motricidad, un plan de competencia equilibrado y desafiante, la importancia del entrenamiento invisible y la creación de grupos de pertenencia sólidos. Ahora bien, a partir de esta descripción, me permito poner en tensión si los clubes grandes son tan grandes y los chicos tan chicos. Me pregunto si no estamos partiendo de una visión equivocada y los mejores proyectos formativos no siempre coinciden con los clubes que desarrollan básquet profesional.
Posteriormente, es necesario pensar en alianzas con proyectos deportivos que puedan enriquecer mi propuesta. Debería ser el club "pequeño" el que lleve a sus mejores jugadores a los clubes "grandes" para que sigan desarrollándose: "nosotros llegamos hasta aquí, ahora es momento de que sigas creciendo".
No descubro nada al afirmar que cuando logramos equilibrar la competencia interna, todos mejoramos: jugadores, entrenadores, árbitros y dirigentes. Tomando a Julio Velazco como referente, nada es más desafiante que "probar a ganar". La competencia es la forma de colaboración más efectiva que existe. Los demás me ayudan a ver en qué debo mejorar.
En definitiva, propongo un ganar/ganar, clubes formativos que puedan desarrollar procesos sistemáticos, pacientes y cuidados de desarrollo de jugadores y clubes que se nutren de esos proyectos para la alta competencia a su debido tiempo.
por Juan Lofrano
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