En los clubes y en las escuelas de minibásquetbol suele escucharse el murmullo de un fantasma que recorre el gimnasio, las distintas oficinas y los vestuarios.
–No hay dinero– dice ese fantasma con un tono pálido.
Y a veces señalar sin pausa que no hay dinero es simplemente una excusa para no pensar alternativas. Las ideas son el principal valor agregado de cualquier proyecto. Desde el diseño de un programa deportivo innovador hasta el uso de las redes sociales. Y las ideas, dedicándole tiempo a la investigación, se encuentran. No siempre hace falta invertir dinero. Las ideas se compran, es verdad. Pero también se construyen.
Una buena forma de empezar a pensar es desde el principio, aunque la búsqueda de ese principio implique poner en crisis las bases históricas de nuestro proyecto. En el minibásquetbol puntualmente, si nuestro objetivo es conseguir que más chicos y chicas se acerquen a los entrenamientos, lo primero es revisar qué estamos ofreciendo. Casi nunca el problema es nuestra incompetencia para vender. O la falta de marketing. Si nuestra propuesta deportiva es de calidad, se vende sola. Con algunas estrategias de comunicación podemos acelerar procesos, real, pero carecer de esas estrategias no significa que vayamos a trastabillar. Sí a la inversa: si nuestra propuesta es deficiente, por más comunicación, tecnología y marketing que apliquemos vamos a caer en el arcón de los fracasos. Eso sí, un fracaso hermoso, con una gráfica hermosa y unos videos hermosos adornando nuestro canal de YouTube.
I Congreso Internacional de Minibásquetbol LG
Si sólo fuese cuestión de invertir en recursos tecnológicos y marketing, cualquier persona con un capital inicial suficiente alcanzaría el éxito en cualquier emprendimiento. Y eso, evidentemente, no funciona así. O sea, primero hay que ser creativo en el andamiaje de nuestro proyecto. Después, mover las piezas necesarias para darlo a conocer. Nunca al revés. La magia no existe.
Volvamos al fantasma del dinero. Supongamos que tenemos un proyecto que vale la pena, pero no contamos con recursos suficientes para comunicarlo a la escala que supuestamente merece para activarlo con velocidad. Las pequeñas grandes ideas, en estas situaciones, son determinantes. Acá sirve citar el caso de la multinacional Apple Inc. No es una comparación de escala. Imposible e innecesario. Es el hecho de observar un fenómeno y aprender.
En el año 2000 Apple Inc comenzó a desarrollar un producto que marcó un antes y un después en la industria musical: el IPod. Un reproductor de música que tenía una calidad superlativa en cada una de sus prestaciones, desde el audio hasta la experiencia de pulsar sus botones. En poco tiempo se convirtió en un objeto codiciado por jóvenes y adultos. A pesar de que era el reproductor, por lejos, más caro del mercado, vendía de miles de unidades por minuto. Se invirtieron millones de dólares en publicidad y en posicionamiento de marca. Sin embargo, la estrategia de comunicación más eficiente del IPod no fueron las páginas de las revistas, ni los segundos de publicidad en los programas mainstream de la televisión norteamericana.
Un reproductor de música se lleva adentro de un bolsillo. Y los auriculares, adentro de la oreja. No es una remera o un pantalón que uno luce de forma explícita por la calle. Ni siquiera es un celular que se saca a cada rato. Es un objeto que pasa el 99% de su tiempo escondido. ¿Dónde estuvo entonces la astucia de Apple? Fabricar los auriculares con el cable color blanco. Esa idea, tan simple, fue la estrategia de comunicación más efectiva que tuvo el IPod. Era una forma de identificar a primera vista a quienes tenían ese objeto tan preciado y espectacular. Pero el Ipod no se vendió de a miles por el color de un cable. Se vendió porque era un dispositivo excelente. Lo del color fue un factor que potenció la comunicación. Una pequeña gran idea que representó millones de dólares en ganancias.
Cuando nos topemos con el fantasma de la falta de dinero hay que encender la creatividad. Si tenemos un buen producto, tenemos que buscar cuál puede ser nuestro cable blanco que nos ayude a potenciar lo bueno que estamos haciendo. Y si no estamos haciendo nada que valga la pena, entonces es momento de ir a las bases, revisar con espíritu crítico y empezar de vuelta.
por Agustín Marangoni
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