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Desarrollo deportivo: tres ejemplos

Desarrollo deportivo: tres ejemplos

Incentivar el movimiento en los niños y las niñas mejora ampliamente la calidad de vida. Para eso hacen falta políticas eficientes, que existen y se pueden aplicar con éxito.

17 / 05 / 2021

En estos días empezó a circular el mal llamado Milagro del éxito noruego en el deporte. Nunca se eligió un sustantivo tan equivocado. Lo que hace Noruega con su desarrollo deportivo está muy lejos de ser un milagro. Para lograr que un 93% de los chicos y chicas menores de 25 años practique deporte, idearon, planearon y ejecutan diariamente al pie de la letra un programa deportivo a largo plazo que, más allá de sus logros a nivel profesional, hacen de su población una de las más activas deportivamente del mundo. Por otra parte, entienden a la competencia como una parte más del proceso de formación y no como el fin último, adaptándola a las posibilidades de los y las participantes hasta la adolescencia.

En el camino de la enseñanza

Otro ejemplo de no-milagro es el de Eslovenia, en donde un 64% de su población practica deporte ostentando el récord de ser el mayor país con cantidad de medallas por habitante. Robert Krmelj, embajador esloveno en España, dijo al diario Marca: “invertimos mucho en deporte en el sistema educativo y ahora en el profesional, es el trabajo de 20 años”.

Bélgica, por su parte, reformuló su estructura de futbol en el año 2020 cuando organizó la Eurocopa y quedó eliminada en la fase de grupos. A partir de ese momento, refundaron el futbol formativo a partir de un trabajo conjunto entre la Federación de Fútbol y el Instituto de Control de Movimiento u Neuroplasticidad, con quien luego de analizar más de 1500 horas de partidos juveniles llegaron a la conclusión de que los niños tocaban pocas veces la pelota por partido, lo cual hizo que adaptaran el formato de juego a la edad de los y las participantes y dando la misma importancia a la rama masculina que a la femenina. De hecho, permiten los equipos mixtos hasta los 16 años, postergando las competiciones formales hasta los 14 años y estableciendo por reglamento la participación de todos los jugadores del equipo en al menos el 50% del tiempo hasta los 17 años.

Estos y otros ejemplos de desarrollo deportivo como pueden ser Francia, Australia o Canadá –con su famoso Desarrollo del atleta a largo plazo– son claros ejemplos de que a través de la gestión, el diseño y planificación de un programa deportivo integral se pueden conseguir buenos resultados, no solo a nivel de deporte profesional sino también de lograr una población activa y saludable vinculada al movimiento.

Sin intentar comparar estos ejemplos con la realidad en nuestro país o de Latinoamérica, se desprenden de estas experiencias algunos patrones comunes que bien vale la pena destacar.

El rol del estado

La práctica de actividad física hace que los habitantes de una nación tengan una vida más saludable en términos de disminución de enfermedades vinculadas al sedentarismo: hipertensión, diabetes, obesidad, colesterol, ACV y diferentes tipos de cánceres. Si el hábito de la práctica de actividad física comienza a edades tempranas y con acceso para la mayoría de la población, independientemente de su nivel socio-económico tendremos más posibilidades de permanencia de la población en este tipo de actividades. 

Para ello, el estado debe igualar las posibilidades de acceso, generando programas de actividad física y deporte no solo en los grandes centros urbanos sino también en el interior del país. En nuestro país, la institución que cumple en la mayoría de los casos ese rol es el club, un espacio al cual el estado le pide mucho y le da muy poco.

 
El rol de la escuela

Alguna vez Nelson Mandela dijo “los deportes tienen el poder de cambiar el mundo”, sin embargo, en nuestro país el deporte, como tal, no está incluido en el currículum escolar. Dentro de los documentos curriculares de educación física, aparece la figura del juego deportivo, del juego psico y sociomotor, siguiendo corrientes europeas que los definen con esos términos.

Pero la práctica deportiva, no tiene lugar dentro de nuestros colegios. Un estudio de la UCA reveló que el 58 por ciento de la infancia y adolescencia urbana no realiza ningún tipo de actividad física estructurada en el espacio extraescolar, es decir que no realiza un deporte u otro tipo de actividad orientada por un profesor de Educación Física, en un ámbito de club, gimnasio u otro espacio total. Es decir, que nuestra infancia, carece de posibilidades reales de acceso a un club, por lo tanto, debería ser prioridad: rever la incorporación del deporte en la escuela y acondicionar las escuelas para que esto se pueda ejecutar realmente y con calidad.

El rol de la competencia

Habitualmente se genera un debate que, desde mi punto de vista, no tiene sentido alguno: ¿deporte formativo o deporte competitivo? Partamos de algo básico: el deporte ES competitivo por esencia. Si eliminamos la competencia del deporte, deja de ser deporte. Será otra cosa, pero no deporte. Creo que parte de la formación deportiva involucra el enseñar a competir. Solo en la competencia se pueden aprender ciertos saberes que en otros ámbitos sería imposible. Saber perder, saber ganar y cómo comportarse en ambas situaciones es algo que solo en la situación de duelo se puede aprender. En este sentido, somos los profesores responsables del proceso de formación de ese deportista quienes debemos tener en claro algo: hay muchas formas de ganar.

Y no estoy hablando de los medios tácticos para vencer al rival, sino que la victoria en un partido, va más allá de lo que indique el tanteador. A veces, lo que marca el score es el reflejo de lo que pasó en el campo de juego y nos servirá como el indicador más importante, pero otras veces, será un indicador secundario, porque nos animamos a ejecutar acciones que antes no nos salían, porque tuvimos un rendimiento colectivo superior al esperado o porque nos repartimos equitativamente la pelota y ese será el indicador más importante del juego.

Está demostrado que postergar la competencia para entrada la adolescencia, adecuarla a las posibilidades de los y las participantes y promover la participación de equipos mixtos para igualar oportunidades tiene sus beneficios. En el período de desarrollo deportivo, la competencia debe ser una sesión más de práctica, especial, por cierto, pero no deberíamos adecuar la planificación del trabajo a ella.

Concluyendo este análisis, hablar de “milagro deportivo” cuando detrás del éxito hay profesionalismo, ciencia, evaluación y trabajo a largo plazo, me parece al menos inadecuado. Estoy convencido que, más allá de que nuestro entorno muchas veces no promueva estos programas, cada uno de nosotros en nuestros clubes, academias o colegios, podemos producir nuestro “propio milagro”.

por Pablo Genga

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